Iba caminando tranquilamente por la calle cuando, de repente, me encontré una lámpara mágica. Nunca he creído demasiado en cuentos y cosas mágicas pero, por si acaso, la froté un poco a ver que pasaba. Ante mi estupefacta mirada de incredulidad de la lámpara salió una rana -y si la lámpara era mágica, tal vez la rana también lo sería- la beso y se transforma en un apuesto príncipe.
Este es un poco gay y, en agradecimiento, se me ofrece en matrimonio, lo rechazo y me ofrece una manzana, pero como acababa de comerme un pastelito de la pantera rosa, rechazo también la manzana. Entonces, él se da cuenta de que todavía no ha merendado y se come la manzana. Súbitamente, empieza a crecer y crecer hasta volverse de la medida de un gigante. En ese momento, llegan unos liliputienses, lo atrapan y lo quieren llevar a su isla perdida.
El príncipe pierde un zapato y lo persigo para devolvérselo pero, al sonar las doce de la media noche en el campanario, el príncipe se transforma en una calabaza. Los liliputienses, a quienes no les gusta nada la calabaza, lo tiran al mar. Allí lo adopta una familia de patos, pero todos los patitos se ríen de él por ser el más feo [no te jode, es una calabaza]. Pero al llegar a la pubertad se transforma en un maravilloso cisne blanco.
Un día es cazado por unos traficantes de animales y vendido a un zoo. Esa misma tarde voy al zoo de visita y, como bien se puede deducir de que besara a una rana, tengo un poco de tendencias zoofílicas, al ver a ese cisne tan atractivo lo beso mientras intento meterle mano debajo del ala. Entonces se convierte en princesa, así que me la puedo tirar sin tener que aguantar que me de constantemente picotazos en el ojo. Nos casamos y, al ser de la realeza, vivimos de renta.
A pesar de eso, ella se empeña en buscarse un trabajo en las oficinas de La Caixa. Somos felices un tiempo hasta que un día ella decide ir a visitar a su abuelita, la reina, y se encuentra en su cama un lobo feroz con las bragas reales puestas. Se mete con el tamaño de sus ojos y el lobo, presumido como pocos, se la come. Enterramos lo que queda de ella [unos pocos huesos de la cadera], el funeral es precioso. Me deja en herencia sus tierras, sus yates y unas alubias mágicas.
Las entierro y crece una planta hasta el cielo, subo por ella, esquivo un gigante, cojo la gallina de los huevos de oro y vuelvo a bajar. Espero paciente hasta que la gallina pone su primer huevo, ahí está, dorado y reluciente, pero el huevo empieza a moverse y a crujir, parece como si hubiera algo dentro, efectivamente, se acaba de romper el cascarón y de dentro del huevo aparece… una lámpara mágica.
[imposiblenoexisto]
