El yogur representa lo efímero de la vida, la fugacidad del ser humano. Los yogures siempre caducan y con ellos caducan los días, se vuelven amargos recuerdos pasados que inútiles se amontonan hasta convertirse en un calendario de yogures caducados en la nevera.
Todo lo que no has vivido. Luego se te revela una pregunta esencial: Respóndela: ¿Qué prefieres, los yogures sabor a fresa o sabor a limón? Si has respondido “fresa” no es una respuesta correcta.
Si has elegido “limón” también has fallado. Si tu respuesta ha sido que no te gustan los yogures o que prefieres otros sabores o cualquier otro razonamiento lógico tetrapléjico mental tampoco superas la prueba del yogur y quedas condenado a dar respuestas estúpidas a preguntas estúpidas el resto de tu vida.
Lo más curioso es que un 99,9% periodo de personas del mundo dan alguna de las pocas respuestas que no superan la prueba mientras queda en silencio el infinito abanico de otras contestaciones que sí la superan.
Y el mundo es un lugar triste de personas grises, palabras frías, yogures caducados, respuestas retrasadas, futuro desolador, sabores desnatados y una natilla etérea inmortal contempla desde las alturas la escena de esos seres opacos, cremosos, ácidos, lácticos, envasados al vacío y con fecha de caducidad.
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