Un día un niño plantó un pino. El pino infantil brotado de inmediata espontaneidad se confundía con los setos, más tarde con los abetos. Las lluvias de goteras en la capa de ozono lloraban al pie de ese pino y daban su cloro y su ínfima dosis de petróleo radioactivo a ese árbol creciente con escamas y paciencia de piedra. La tierra movía el bufete de sigilosos pedacitos de esencia de pino que iban a frotarse con su corazón conglomerado de sal y mostaza.
Los cadáveres disueltos en olor a cadáver venían a verle y hacían visita pagada por el tobogán de su riego sanguíneo. Un abono artificial marca ACME se unió también a la esfinge de feto de piano de cola que tanto iba creciendo en medio del bosque. El pino creció como un adolescente bello facial novato en el arte de brotar y macabramente absorto en la idea de volver a la Edad Media francesa para sentir una guillotina Gillete cortarlo en pedazos finísimos susceptibles de emplearse en el oficio más viejo del mundo: ser polvo.
Y el pino crecía. Se hizo el pino más alto del valle. Y seguía creciendo. Era una carretera perdida y hundida hacía el cielo. Seguía el volar de un cometa distraído que había perdido su órbita y vagaba por el espacio. Crecía pinchando el abdomen de la atmósfera. Brotó hacia el infinito y respirando estancias vacías y olor a marciano y comiendo azúcar galáctico con guarnición seguía creciendo. Creció travesando planetas y estrellas lejanas, conoció mundos y aprendió idiomas extraños y recetas de cocina para su picadora de carne Moulinex.
Y llegó al borde del precipicio del infinito donde se oculta la nada [además de en las cabezas de la gente pija] y todo se acaba. Y pensó en parar de crecer antes de estar en un sitio sin sentido donde nada puede existir. Pero él era crecimiento en estado puro…y siguió creciendo. Y, aunque algunos famosos astrólogos estigmáticos aunque oftalmólogos aseguran que desapareció, seguro que esta por ahí y todavía crece y crece.
[imposiblenoexisto]