Cantan los pájaros más allá de la ventana, casitas blancas ordenadas, la luz del Sol brillando en sus paredes, frondosos arboles ofreciendo fresca sombra a inquietos caminantes que recorren alegres las calles de esa ciudad del embrujo de la vida con sus montañas de fondo y un cielo azul enmarcando el paisaje. Pero…¿el cielo es azul? El engaño de ese techo recubierto de goteras espejismo del translucido color del aire, azul impostura, incolora mentira de una preciosa nada que se tinta de ballet de carambolas de luz, casi sombra. No me fío del azul del cielo que muere cada día al anochecer.
Bajo este, un decorado cartón-piedra de alpinistas de papel amontona la durísima escalada de horizontes de siluetas de mujer y perfuma de montañas alejarse caminando por el valle de autopistas que no van a ningún lado. Y te quedas en casa. Apenas paseando por ese crucigrama de nombres de calles empezando por “s”, siete letras , acabadas en “ad”. El laberinto cuyo centro es la puerta de tu piso y cuyo recorrido invades con la brújula de tu rutina sin poder dejar migas de pan para salirte de tu camino habitual ya que se las comen las palomas si no son atropelladas antes por ningún coche.
Cruzándote personas envueltas en burbujas de tiempo y espacio que repelen las miradas y solo se enganchan a saludos vacíos o conversaciones sobre climas o alguna otra estupidez encumbrada a la categoría de amor. Mientras, en esa primavera de tristeza los arboles lloraron hojas y solo dejaron unas tristes sombras de patas de araña arrastrándose por el suelo de Sol a Sol. Un Sol frío cansado de ser el creador de un mundo absurdo y ridículo a destiempo y disimula rayitos mientras lentamente se dilata en el dulce compás de espera de su definitivo abrazo maternal. De su íntima fusión con el paisaje, fusión fría.
Y en cada casa debajo de una mesa, debajo de una alfombra, alguien protegiéndose del fin del mundo. Refugiados en su diminuta cajita de cerillas esperando que todo esto dure un minuto más para tener opción a cambiar los muebles de este teatro de hormiguitas decorado a retales y metido en medio de una parcela pequeña de universo. ¿Y los pájaros? Esa mentira con alas que surca esa pintura azul que tapa los huecos de la nada que deja el decorado de montañas y sobrevuela las calles recorridas por personas y arboles y rayitos de Sol a velocidad semejante y se cuela en sonido por la ventana de una casa para desvelar con su canto las mentiras que se juntan en la estampa de un paisaje.