Me encontraba escribiendo y de repente me entró un hambre terrible. No había nada en la nevera, la despensa estaba vacía y me comí la última palabra de la.
Sabía a fresa, pero en vez de saciarme me despertó el apetito y entonces me zampé de golpe un y una con mermelada. Estaban riquísimos y seguro que me aportarían mucha. Visto que me atiborrando de palabras sueltas opté por tomarme un plato caliente: me decidí por una sopa de letras.
Solo me dejé las eses porqué tienen un sabor demasiado ácido y después me repiten y las tres zetas finales que no me las pude acabar. De segundo tomé. Pero estaba un poco pasado de. Me estaba las botas con los adverbios y me los dedos con los con guarnición. Estaba todo tan bueno que me comí hasta el y también los (que eran de acero inoxidable).
De poste sacaon «erres» con nata y con una cuchaadita las emoví hasta tenelas bien evueltas y quien iba a decí que las «erres» se podían toma cudas y que podían tene un sabo dulce y no agio. Luego pedí un, con un choito de y mi copita de.
Y así sacié mi hambre aquella tarde comiendo palabras, más tarde, al eupta botarían de mi boca bellos sonidos de extañas letas masticadas. Por la noche, cagaía un libo.
[imposiblenoexisto]